SAGRADA LITURGIA
Siendo que Dios todo lo ha creado para su Gloria, Schola Veritatis asume como su labor primordial la divisa de N. P. San Benito «ut in ómnibus glorificetur Deus» («Para que en todo sea Dios glorificado» RB 57,8), consagrándose a rendir a Dios la gloria que le es debida por medio de la celebración cuidada, digna y solemne de la Sagrada Liturgia. Sus miembros se ofrecen para ser la voz viva de la Iglesia que sin interrupción canta gozosamente las alabanzas del Dios Uno y Trino.
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Es en la Sagrada Liturgia, fecundada y vivida en una vida de soledad y silencio en el desierto, siguiendo las huellas de N. P. San Bruno, —«O beata solitudo, o sola beatitudo»(«Oh beata soledad, oh sola beatitud»)—, donde sus miembros encuentran el marco, el fundamento y el más sólido alimento para su vida interior, de cuya contemplación manará su misteriosa fecundidad apostólica (cf. PC 7; CIC 674).
«Los Institutos destinados por entero a la contemplación, o sea, aquellos cuyos miembros se dedican solamente a Dios en la soledad y silencio, en la oración asidua y generosa penitencia, ocupan siempre, aun cuando apremien las necesidades de un apostolado activo, un lugar eminente en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que no todos los miembros tienen la misma función. En efecto, ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al Pueblo de Dios con frutos ubérrimos de santidad y le edifican con su ejemplo e incluso contribuyen a su desarrollo con una misteriosa fecundidad. De esta manera son gala de la Iglesia y manantial para ella de gracias celestiales» (PC 7).
Este primado de la gloria y de la alabanza del Dios Uno y Trino en Schola Veritatis, encuentra su expresión plena en la Sagrada Liturgia, en la forma extraordinaria del único Rito Romano, vivido en el marco de una dimensión contemplativa y cósmica. En efecto, la liturgia cristiana es un canto y una oración común con todo lo que existe «en el cielo, en la tierra y bajo la tierra» (Flp 2,10), al unísono también con el himno de alabanza del sol y los astros (cf. Daniel 3, 57-88). Cristo muerto y resucitado nos permite contemplar el culmen del designio de Dios sobre el cosmos y la historia. En Él, Alfa y Omega, principio y fin de la historia (Ap 22,13), alcanza su sentido pleno la misma creación, pues «todo fue creado por Él y para Él» (Col 1,16).
Siguiendo la enseñanza de la Iglesia, los miembros de Schola Veritatis están llamados a descubrir de modo particular la orientación trinitaria y cristológica de la Sagrada Liturgia, considerándola como verdadera fuente y cima de toda su vida comunitaria y personal (cf. LG 11). Las fiestas de la Santa Liturgia son el medio de participar desde ahora de las fiestas de la eternidad. Si pedimos a Dios que «nos transforme en ofrenda permanente» (Plegaria Eucarística III) es porque sabemos que toda nuestra vida tiene que ser un culto incesante, «ut in ómnibus glorificetur Deus» (RB 57,8).
La espiritualidad litúrgica, que dimana de la Escritura y de la Tradición, interpretadas por el Magisterio apostólico, se caracteriza por la segura ortodoxia de sus rasgos. Pío XI afirmaba que la liturgia «es el órgano más importante del Magisterio ordinario de la Iglesia» al abad Capelle 12-XII-1935). Ella es, según Pablo VI, «la primera escuela de nuestra vida espiritual» (Clausura II ses. concilio Vat. II, 4-XII-1963). La Iglesia Madre educa a sus hijos, por la liturgia, en la fe apostólica más genuina y católica (cf. CEC 1124).
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«Legem credendi lex statuat supplicandi» («La ley de la oración determine la ley de la fe» CEC 1124). La ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora. Los dogmas de la Santa Iglesia, lejos de atenuar el misterio, perfilan sus contornos y proporcionan el contenido para que el espíritu pueda avanzar, con certeza, en la oscuridad luminosa de la fe y adentrarse en la profundidad del misterio de Dios, sin temor de apartarse de la ortodoxia doctrinal. Por eso, para Schola Veritatis la dogmática reviste especial importancia y debe ser estudiada con diligencia e integrada como parte del camino de la oración contemplativa al servicio de una vivencia más plena de la Sagrada Liturgia.
Siendo el Novus Ordo de 1969 la forma ordinaria del único rito romano (Motu proprio Summorum Pontificum, 1), los miembros de Schola Veritatis, se sienten especialmente llamados a acoger y secundar los deseos del Santo Padre Benedicto XVI manifestados en el Motu proprio Summorum Pontificum (7.07.2007). De este modo, Schola Veritatis busca abrir a los fieles los inmensos tesoros de la bimilenaria tradición de la Iglesia, «un tesoro precioso que hay que conservar» (cf. Universae Ecclesiae, 8).
Obedeciendo las indicaciones dadas por el Concilio Vaticano II en la Constitución Sacrosantum Concilium, Schola Veritatis:
1) Conserva el uso de la lengua latina en sus ritos (cf. SC 36. §1, 101. §1, CIC 928; Juan XXIII, Veterum Sapientia), proporcionando misales y traducciones adecuadas para los fieles que asisten a los Oficios.
2) Reconoce el canto gregoriano como el suyo propio (cf. SC 116; Juan Pablo II, Carta en forma de Quirógrafo sobre la música sacra, 22-XI-2003). Aceptando la legitimidad de los demás géneros de música sacra, usa de modo exclusivo el canto gregoriano por su valor pastoral formativo de la vida interior contemplativa y porque introduce en la alabanza divina de toda la tradición monástica de la Iglesia.
3) Utiliza el órgano como instrumento musical propio, «cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales» (SC 120).
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EL CANTO GREGORIANO, CAMINO DE VIDA INTERIOR
El canto gregoriano es ante todo «el canto propio de la liturgia romana» (Vaticano II, Constitución sobre la liturgia Sacrosantum Concilium, nº 116). Desde San Pío X y el término de los primeros trabajos de erudición concernientes a la historia de este canto, pasando por el Concilio Vaticano II, y hasta Juan Pablo II y Benedicto XVI, la Iglesia concede una primacía al canto gregoriano, en tanto que oración y en tanto que arte musical sagrado. Él es incluso una norma, un criterio de evaluación de las otras composiciones litúrgicas en este dominio. En su carta para el centenario del Motu Proprio de San Pío X, Tra Le Sollecitudini(22 de noviembre de 1903), el Papa Juan Pablo II redefinía las tres cualidades fundamentales de la música litúrgica: la sacralidad, la belleza, la universalidad. Y concluía así, antes de retomar la fórmula del Concilio: «Entre las expresiones musicales que mejor responden a las cualidades requeridas para la noción de música sagrada, especialmente litúrgica, el canto gregoriano ocupa un lugar particular» ( Juan Pablo II, Carta bajo forma de Quirógrafo, del 22 de noviembre de 2003). Él es verdaderamente, por excelencia, la expresión cantada más auténtica y la más acabada del misterio de salvación celebrado en la liturgia.
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No hay además nada de asombroso en que la Iglesia, y ella sola, esté habilitada para definir así como suya una realidad que ha nacido en ella, y ha crecido en el seno de su contemplación. El anonimato que caracteriza ampliamente al canto gregoriano, hasta en sus más grandes obras maestras, aboga poderosamente a favor de una reivindicación plena de la Iglesia misma como autora de ese canto que lleva además el nombre de uno de sus Papas más ilustres, San Gregorio Magno. En efecto, el canto gregoriano hunde sus raíces en la más alta antigüedad cristiana; él ha sido contemporáneo de los mártires, ha sido formado por el pensamiento vigoroso de los Padres de la Iglesia, antes de formar él mismo el pensamiento de numerosas generaciones de cristianos y de sostener su fe. Él ha atravesado los siglos y ha sufrido múltiples tempestades, a lo largo de su historia, y sus altos y bajos coinciden estrechamente con la historia de la misma Iglesia. Y hoy en día también, sobre todos los continentes, el canto gregoriano continúa atrayendo, mostrando por ahí su aptitud para trascender las culturas. Él ha seducido África tanto como Asia o América. La razón de su éxito más profundo es sin duda que él detenta todavía y para siempre el secreto de la oración. Está permitido entonces pensar que él está llamado a volver a ser un fermento poderoso de unidad litúrgica, particularmente gracias a la lengua latina, de la cual es el vehículo.
En tanto que oración oficial de la Iglesia, en tanto que arte sagrado auténtico y privilegiado, el canto gregoriano merece entonces que se le consagre un estudio serio, al término del cual será él mismo la recompensa del fiel, en una unión con Dios más íntima y más fuerte, a través de la oración social de la Iglesia: la Sagrada Liturgia.